Las fobias específicas son miedos irracionales y desproporcionados ante determinadas situaciones. Para que podamos hablar de fobia en sentido estricto es fundamental que el malestar que generan los miedos sea lo suficientemente intenso o cree una alteración significativa en la vida cotidiana de la persona.

Se distinguen los siguientes tipos de fobias específicas:

Temor a animales o insectos: Temor a determinados animales o insectos inofensivos.

Temor de tipo ambiental: Temor a las tormentas, las alturas, las aguas profundas, etc., en circunstancias no peligrosas.

Temor a la sangre-inyecciones-daño: Temor a la sangre o a ser objeto de intervenciones quirúrgicas o inyecciones, o sufrir daño, en general.

Temor a situaciones: Miedo a volar, a los ascensores o a los espacios cerrados, por ejemplo.

Otros tipos: Cualquier otro tipo de temores, como por ejemplo situaciones que podrían provocar atragantamientos, vómitos, la adquisición de una enfermedad.

Suele existir alguna creencia de que el estímulo temido es peligroso o de que no puede soportarse la ansiedad o aversión que produce.

Algunos ejemplos de los pensamientos y creencias que dan mantenimiento a las fobias, son: «la próxima vez será peor», «algo terrible me sucederá si me acerco a ello», «me dará náuseas», «perderé el control», «quedaré paralizado», «caeré de esa altura», «puedo perder el control y tirarme desde lo alto».

Evitar o escapar de estas situaciones es el elemento que mantiene el miedo, y a veces incluso lo incrementa. La lógica de evitación funciona así: si temo mucho una situación y no la afronto, siento alivio quedándome tranquilo en casa. Así la persona no comprueba que realmente no va a sufrir tanto como se imagina, ni va a ser tan doloroso, ni tan desagradable, ni tan peligroso como piensa.